Lena: llegada por cesárea no respetada en Sant Joan de Deu Manresa


Hace casi cuatro meses que Lena me acompaña al otro lado de la piel. Su llegada no fue nada respetuosa, ni yo le pude dar una bonita bienvenida. Sigo intentando aceptar todo lo ocurrido, aunque el momento de su nacimiento coincida con la experiencia más traumática de mi vida y no lo pueda recordar como un momento feliz. Recuerdo la de veces que me habían dicho que disfrutara de mi parto y la de veces que yo le había deseado a mi niña un buen viaje, y no puedo evitar llorar todo lo ocurrido. Y, a día de hoy, le sigo pidiendo perdón.

Nuestro proceso de parto se inició con una rotura de bolsa bien entrada la semana 41. Por fin, ¡qué ilusión nos hizo!. Sin embargo, empezaba una cuenta atrás que no imaginé que llegara a su fin. Horas en las que las esperadas contracciones, llevaderas encima de una pelota en el comedor de mi casa, se espaciaban cada vez más.

Finalmente, fuimos a Migjorn. Allí nos esperaban para tomar el aceite de ricino. Fueron 4 dosis, ¡relamí hasta la cuchara!, pero no pasaba nada. Acostada en la cama fue cuando noté una contracción muy fuerte y unas náuseas horribles, me dio el tiempo justo de llegar al váter y vomitar como nunca en mi vida. Me quedé clavada abrazada al váter, con un dolor increíble en los riñones. Mi pareja fue a llamar a las comadronas y volvió diciéndome que se habían puesto muy contentas, que aquello era muy buena señal. Aunque con lágrimas del súperesfuerzo, me puse también súpercontenta!.

Empecé a sentir contracciones cada vez más fuertes y más seguidas, entramos en esa maravillosa sala de partos y les fuimos dando la bienvenida una a una, con la pelota, la cuerda… yo iba vomitando de vez en cuando… pero pasaron las horas y se volvieron a espaciar muchísimo. Me hicieron correr una cuesta enorme, de subida y de bajada, y lo hice con todas mis ganas; subir y bajar escaleras cruzando las piernas; me estimularon con el sacaleches… y algunas contracciones iban volviendo… pero eran de preparto… y al final amaneció y se nos agotó el tiempo. Había riesgo de infección.

Lloramos muchísimo y aceptamos lo que venía a continuación: ir al hospital Sant Joan de Déu de Manresa a por una inducción. Tocaba un proceso distinto. Al llegar me dijeron que estaba de 1 cm. Después de pasar un par de horas monitorizada, pasando contracciones sobre una pelota, fuimos a una sala a esperar al ginecólogo, pues me quería hacer una ecografía e inducirme porque ese día cumplía las 42 semanas (¿no habíamos venido a eso?. Además, con 6h de bolsa rota allí ya te inducen…). Para que yo no estuviera de pie pasando las contracciones y aguantando una compresa que iba empapando el líquido amniótico, la comadrona me puso una pelota mientras esperábamos su llegada. En cuanto llegó, sus únicas palabras fueron: “¿Qué hace ahí en medio esa pelota?!”, de forma muy despectiva. La comadrona y mi pareja me ayudaron a levantarme y a subir a la camilla. El Dr. d. l. B. me hizo una ecografía muy agresiva, apretándome muchísimo la barriga. Me dolía mucho y yo no paraba de quejarme y llorar. No recibí de él ni una mirada ni una palabra. A partir de ahí seguí llorando. Antes de entrar en la sala de partos fui al lavabo varias veces, sin dejar de llorar y encorvadísima. Nadie me decía nada. Era como si empezase la pesadilla, bofetadas de realidad de todo lo que yo había querido evitar para mí y para la llegada al mundo de mi hija.

Me pasaron a la sala de partos, súperiluminada y fría, donde pasó a atenderme otra comadrona. Me dijo que estaba de 1 cm (“¿todavía?”, pensé). A pesar de que me puso una pelota, tenía los cables de monitorización a mi derecha y a mi izquierda me tiraban los de la vía de oxitocina y del antibiótico, así que era incomodísimo y muy difícil moverse. Le comenté, además, que tenía mucho frío. Me dijo que la temperatura era inamovible, y que normalmente las parturientas tienen calor. Nada más. Mi pareja me puso una chaqueta encima. Yo no podía dejar de llorar y pensar en que por eso yo no quería ir a un hospital… pero poco a poco las contracciones se hicieron más fuertes, así que se acabó el llanto y a transitar el dolor. Como cada vez eran más intensas y estaba incómoda por los tirones de los cables y por la luz infinita que por los ventanales me daba en la cara, me subí a la camilla para pasarlas en cuclillas, agarrada al respaldo. Sin embargo, las intervenciones de la comadrona no fueron muy adecuadas, pues mientras estaba con una contracción o vomitando de lado en una palancana que me ponía mi pareja, me tomaba la tensión o me cambiaba algo de la vía, no se podía esperar, y a mí esas actuaciones me incomodaban muchísimo. Más tarde llegó su valoración (me hizo un tacto y me dijo que estaba de 4 cm) y su recomendación de ponerme la epidural porque iba muy lenta en la dilatación, y me dijo que la aceleraría. Yo lo dudaba, pero insistió y nos convenció. Mi dolor de riñones había seguido ahí todo el tiempo, era un dolor muy permanente que con las contracciones aumentaba. Con esa epidural se me relajó y descansé un poco (no me ocurrió con las siguientes dosis). Cuando el efecto se fue, tocaba pasar las contracciones tumbada, eso sí que fue difícil. Un reloj enorme de luces rojas delante mío me indicaba la hora todo el rato…

Llegó el cambio de turno de comadrona, me dijo que vendría el ginecólogo a valorarme. Nos confirmó que seguramente sería el de la mañana, porque hacían turnos de 24h. Yo me asusté, no quería que ese hombre me tocara. Sin embargo, entró el Dr. R, un ginecólogo que amablemente se presentó y me explicó que debían proceder a valorar el pH y cómo lo harían (sondarme, meterme un tubo y pincharle la cabeza para sacar sangre). El tacto vaginal fue de 7 cm y el pH de 7,5. Me animó a seguir.
La siguiente visita, muy a nuestro pesar, fue del Dr. d. l. B. con otra comadrona distinta, cerca de las 12h de la noche. Él se quedó en la puerta mirando el móvil, ni siquiera entró. Y ella me hizo otro tacto y me dijo que estaba de 4 cm!. Yo debí haberme negado al ver que era otra comadrona… Reclamé que anteriormente había sido superior y que me lo repitiese la comadrona anterior. El Dr. d. l. B., sin moverse de la puerta, se negó en banda, dijo que la comadrona era una profesional y que lo que ella dijera era lo que constaría en la historia clínica. Comenzó una discusión con él, en la que intervino sobre todo mi pareja, explicándole la valoración anterior y que hasta se había medido el pH con un tubo de 7 y que en nuestro plan de parto pedíamos que la valoración la hiciese siempre la misma persona. La discusión se alargó un rato, pero finalmente accedió a llamar al Dr. R. Reconozco que mi mente no sé cómo estaba en ese momento…

Tardaron en llegar. Poco antes de que entrasen yo me había puesto a cuatro patas en la camilla, no podía aguantar el dolor y necesitaba moverme. El Dr. d. l. B. al verme me metió bronca, que no debía hacer eso. Como pude le dije que necesitaba moverme, y como pude me volví a tumbar. La valoración del Dr. R. fue de 8 cm (el doble!) y volvió a mirar el pH (7,3), todo correcto y me animó a seguir. Mientras, el Dr. d. l. B. no paraba de hacer comentarios negativos: “Pero son 8 en contracción, no?” “Pero ese monitor es patológico”, “Pero no se qué de hacer una bioquímica”… y el último, amenazante, “Bueno, en 2h sabremos si pares o no pares”. Cuando se fue me repitió que no me subiera a la camilla. Mi pareja conversó con el Dr. R. sobre la situación vivida. Todos en sala nos confirmaban que el trato que daba el Dr. d. l. B.  no era el adecuado. Pedí poder separar, entonces, la lumbar de la camilla de alguna manera y me levantaron el respaldo. Al menos así, pensé, en cada contracción moveré la pelvis y la podré acompañar mejor. A la hora y media regresó el Dr. R. y al hacer la valoración comentó que aún estaba de 8 cm y que la bebé estaba en fase 2. Me hizo empujar y me presionó un poco la barriga, y aunque valoraban mi aguante, me dijo que los monitores reflejaban muchas bajadas en su frecuencia cardíaca y que había que hacer cesárea. Al final, de no querer un parto hospitalizado, me llevaba hasta la guinda del pastel.

Antes de que llegaran a prepararme, me aclaré la boca con agua, y la escupí. Había estado reclamando poder hacerlo desde hacía muchas horas, pero no me dejaban. Sin embargo, de todo el proceso y de los vómitos ya no podía más, lo necesitaba. Tampoco les gustó que lo hiciera, tuve que insistir en que no me la había tragado.

Entré muy tranquila en el quirófano, pensando que a pesar de todo, ya quedaba poco. Mi pareja no pudo entrar conmigo, y hubiera sido de gran ayuda. Me estiraron y me hicieron poner los brazos en cruz, no los debía mover. En un brazo el tensiómetro y en otro una pinza. Me subieron una cortina, con lo que ya no podía ver nada. La comadrona me confirmó que me operaban los dos ginecólogos. A la anestesista la tenía al lado, era la única a la que veía. Cuando intuí que iban a empezar, le comenté que podía mover los pies. No le dio importancia y me dijo que sólo notaría fuerza y tirones. Pero no fue así. Noté como me rajaban, mucha fuerza y mucho dolor que supuse se correspondían con el proceso de sacarla. Yo inspiraba y expiraba profundamente para intentar canalizarlo. La anestesista lo único que me dijo fue “No respires tan hondo que vas a hiperventilar”. Empecé a notar como si me desgarrasen por dentro, mis respiraciones se convirtieron en gritos, me dolía muchísimo. Ni una palabra, ni una mirada, ni un gesto… nada, me quería morir. Cuánta soledad. En algún momento la comadrona me acercó a Lena a la cara, y me dijo “la Lena”… yo creo que medio la rocé con la mejilla… pero no estaba en mí… Y me dijo “Se la llevo al papa”. Después mis brazos empezaron a convulsionar y la anestesista decidió ponerme algo. En el primer intento, me lo salpicó en la cara. Se le escapó algo malsonante. No se disculpó. Viví el momento más traumático de mi vida y se corresponde con el “nacimiento” de mi hija. Su Apgar fue de 10. Cuando acabaron, el Dr. R. me comentó que no esperaba que me doliera tanto y la anestesista me dijo que, claro, que mi umbral por la epidural tras varias dosis ya era más alto. Cuando me sacó la enfermera de quirófano, yo estaba bloqueadísima, como si me diera ya igual todo, y fui incapaz de enfocar a mi pareja que tenía a mi hija cogida cuando pasamos por delante, no les hice caso, entonces me dio un toque en el hombro y me dijo “Pero que es tu hija”. Antes de subirme a la habitación me dijo que me lo había dicho porque “parecía que no la quería”. Me acabó de hundir. Me sentí maltratada física y emocionalmente.

Cuando la comadrona se la quitó a mi pareja para pasármela a mí (no le dejaron a él dármela) siento que no la pude recibir ni con la felicidad ni con la alegría que siempre había imaginado. Me dieron la enhorabuena. ¿Enhorabuena?, ¿de verdad?, ¿por qué?, pensaba yo…

El postparto en el hospital fue horrible para mí. No podía dejar de llorar de forma continua. Estaba desconectadísima de aquella criatura que me habían puesto en la cama, a mi lado. Y debía amamantarla. Y no entendía por qué la vida me había preparado una experiencia así para ese momento tan significativo. Mi pareja me ayudó mucho a moverla y a ponérmela y a dedicarme a ella. En mi casa, tampoco fue fácil, siguió la desconexión, una mastitis súperlarga, y la sensación de haber recibido una paliza, y con el tiempo pasando, sigo llorando. Sigo triste cuando querría estar feliz y poder disfrutar y empaparme al máximo de sus primeros meses de vida.

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