Part no respectat a Can Ruti
Yo estaba preocupada porque estaba cumplida de 41 semanas y el parto se veía bastante lejano. Finalmente llegó el momento en el que me dieron fecha de inducción para la 41+6, pero antes de eso me propusieron probar la maniobra de Hamilton para ver si me ponía de parto, a lo cual accedí una vez explicado el proceso y poniendo los puntos sobre les ies. 24 horas más tarde me puse de parto, 41+2 semanas.
Yo iba para la sala de parto natural de Can Ruti. Estuve toda la noche con contracciones leves, soportables, y luego parte de la mañana con contracciones ya fuertes. Llegué dilatada sobre las 12 de la mañana, de 3-4 centímetros. La matrona me estaba haciendo tacto y de repente rompí aguas. Según ella, no hizo nada, fuí yo sola. Luego más tarde dudé de que fuera cierto.
Me vestí al igual que lo hizo mi pareja y pasamos a la sala de parto. Preciosa, con bañera, ducha, música, pelota, hamaca, luces tenues, muy moderna y acogedora. La matrona que me hizo el tacto se puso a hacer papeleo y preparó la vía, según ella “por si acaso”. Bueno, vale, accedo y me la pone. Me la pincha mal y tiene que volver a ponérmela… Ahí ya estaba un poco mosqueada pero pensé, “bueno, ha sido un fallo humano”.
Estuve un par de horas allí, soportando contracciones, ya eran bastante dolorosas pero aguantaba. Vino a preguntarme si quería otro tacto para ver cómo iba, le dije que sí. Y ahí empezó el principio del fin. Metió sus dedos para hacer un tacto y cual es mi sorpresa que me realiza otra maniobra, por los movimientos parecía una Hamilton, dando vueltas con ambos dedos. Le dije que qué me estaba haciendo, que yo sólo quería un tacto, y me dijo que lo estaba haciendo “para ayudar un poco al cuello y que vaya más rápido”.
Digo que fue el principio del fin básicamente porque una vez hecho eso, las contracciones empezaron a matarme. No tenía ninguna tregua, eran seguidas una detrás de otra y muy largas. No podía casi ni moverme, estaba paralizada. Mi pareja me decía que probáramos otros sitios, yo no podía moverme, estaba concentrada en soportar el dolor y movía la hamaca (lo único que me calmaba un poco) a velocidades brutales. Así estuve otra hora.
Llegó la matrona del cambio de turno, me dijo que hacerme otro tacto seria una tontería porque no habría dilatado nada (mentira) y que si pedía epidural no era peor madre y que no me sintiera mal. La pregunté si ponérmela implicaba salir de esa sala y pasar a un box normal, y me dijo que sí. Apenada, accedí porque no podía más… Y en qué mala hora.
Pasamos al box de dilatación, me dicen que espere que enseguida llegaba el anestesista. Otra mentira, el anestesista tardó una hora de reloj en venir, yo me quería morir. Me agarraba a las barras de la cama, de pie, mientras mi pareja me hacia masajes y trataba todo lo posible de calmarme. Al poco rato, llega un hombre que resultó ser el asistente del anestesista, porque decían que este último estaba ocupado. Me explicó todo el proceso, me hizo firmar el papel de rigor y tuve que esperar otra media hora más.A estas alturas ya eran las 5 de la tarde por lo menos. Hicieron salir a mi pareja, me pincharon la epidural mientras tenía unas contracciones bestiales, y me dijeron que me tumbara y esperara que debía hacer efecto en unos 20 minutos. Bueno, otra mentira. Las contracciones no cesaron. Eran igual de fuertes o más.
Había pasado una hora y seguía igual. Yo llamaba desesperada a todo el mundo porque encima ni podía moverme para soportar las contracciones, tenía que estar tumbada. Empecé a cabrearme y a gritar diciendo que “para qué coño había pedido epidural si me iban a dejar así”. Finalmente llegó el anestesista (por fin) y me dijeron que se me había hecho una laguna en la epidural, que tenían que ponerme más dosis o ponermela otra vez. Yo ya quería matar a todo el mundo. La matrona que me llevaba me hizo otro tacto y resulta que ya estaba de 7 centímetros, imaginad mi cabreo… ¿Para qué tanta tontería si ya casi estaba?
Como las contracciones no cesaban me pusieron otro chute de anestesia, otra hora más, seguía doliéndome, hasta que al final me pusieron un mórfico (o así lo llamaron, como una anestesia de volumen más alto o algo así me dijeron) y ahí ya empecé a sentir calma hasta que finalmente no notaba nada. Me pusieron una bomba para que me fuera administrando yo sola. A todo esto, no sé ni cuantas veces me sondaron, solo se que yo no sentía mi vagina. Le decía preocupada a la matrona que no iba a saber/poder empujar, porque no sentía nada.Ella me aseguraba que no, que faltaba mucho aún y que cuando llegara el momento si sentiría (otra mentira). Al poco rato vieron que las contracciones eran muy flojas y me dijeron que había que poner oxitocina. Yo les dije que si era necesario, me dijeron que si, pero que pondrían una dosis mínima. Mentira. Una vez se hizo el cambio de turno (el nocturno) a las 22h de la noche, yo ya estaba en completa, pero la cabeza del peque no bajaba, así que empezaron a subir la dosis cada 15 minutos hasta que acabaron metiendo hasta 20 gotas, alegando que necesitaban que las contracciones fueran lo suficientemente buenas como para bajar al bebé.
¿Conclusión? Las contracciones empezaron a ser tan fuertes que las pulsaciones del bebé empezaron a bajar y tuvieron que pararme el parto y quitármelo todo durante dos horas para que pudiera descansar. Apareció el matrón (el peor de todo el día) con una jeringuilla a lo que mi pareja y yo (ya hartos) le preguntamos que qué narices era eso. Ventolín, nos dijo. Le dije que si podía comprobar antes si se me había movido el monitor, porque ya se me había movido varias veces.
Me lo recolocó y antonces las pulsaciones volvieron a ser estables. “Ah mira, mejor”. ¿Perdón? ¿Ibas a meter ventolín porque si, sin comprobar nada? ¿Qué necesidad? El matrón estaba cabreado y nos dijo que no debíamos cuestionar estas cosas porque ellos hacían lo mejor para el bebé, yo le dije que lo que tenían que hacer era explicar, que no era una cobaya. Y se fue. Ya sobre las 12 menos cuarto de la noche, me pasaron a paritorio. Me dijeron que quizá había que usar forceps o espátula.
Qué bien. Dejaron a mi chico fuera mientras lo preparaban todo y una vez entró, empezaron los pujos. Me fueron guiando aunque yo no sentía absolutamente nada, solo una pequeña presión que me avisaba de la contracción. Fueron como 6 pujos. En uno de ellos, el matrón fue a hacerme una Kristeller, a lo que mi pareja lo paró del brazo y le dijo “esto no lo queremos”, a lo que contestó que vale, que si no queríamos bien. ¿Perdón? ¿Por qué no preguntas pues?
Estaban todos super mosqueados y nos hablaban mal, entre ellos soltaban puyitas, diciendo que íbamos de enterados. Me hicieron episitomía, mi pareja también preguntó si era necesario, si me iba a rajar. La matrona dijo que sí. Todo lo teníamos que preguntar, ni nos hablaban. Finalmente salió la cabeza tras uno de los últimos pujos. Se salieron con la suya y cuando la cabecita del bebé estaba fuera, según ellos, los hombros del bebé se habían atascado y entonces hicieron la Kristeller. A todo esto decir que yo no sentí nacer a mi hijo.
Nada de nada. Estaba tan anestesiada, que solo vi bajar mi barriga de golpe. Supe que había nacido porque mi pareja me dijo “ya está”. Como el bebé no arrancó a llorar enseguida, se lo llevaban. Entre llantos les pedí que por favor me lo dieran, que no se lo llevaran, que quería hacer piel con piel. El bebé empezó a llorar y dieron media vuelta y me lo pusieron al pecho. Por fin vi esos ojos azules mirándome intensamente. Yo no podía dejar de llorar, ya estaba aquí mi príncipe.
Estaba muy morado, y sólo sentía rabia y frustración porque había sido culpa de ellos. Por suerte el bebé estaba bien… Mientras me cosían lo prepararon, mi pareja cortó un poco del cordon (ya estaba cortado, no me respetaron mi deseo de que dejaran llegar la sangre al bebé) y por fin nos dejaron en paz.
Keilan nació el 19 de Abril a las 12:27h de la noche, con 3,800 kg y 51,5 cm.
Mi parto fue cero respetado desde el mismo momento en que entré al hospital, y no dejaré de sentirme culpable por ello por haber elegido ese hospital. Se pasaron mi plan de parto por el forro y una vez acabado todo vino el matrón a decirnos que estaba muy enfadado con nosotros (¿en serio?) y cuando le pregunté por qué mi hijo respiraba como con ansiedad me contestó “porque es un ser humano”. Las últimas palabras de la última matrona que vimos fueron “espero que os quedéis con que todo ha ido bien al final”. Sí, porque el bebé del box que tenía al lado acabó en la UCI, así que imagino que encima había tenido suerte.Jamás olvidaré esto… Y espero que os sirva a alguna de las chicas que estáis por aquí si tenéis pensado parir en Germans Trias i Pujol, conocido como Can Ruti. Yo leí muchas cosas buenas, también malas, e hice caso de las primeras…
08/12/2017
Cuando has planeado un Parto en Casa y tu bebé decide nacer en la semana 34
La historia que os contaré a continuación no la escuché en ninguna parte, no la leí en ningún blog, la historia que viene a continuación es la mía propia.
Es la historia de una mujer que se convierte en madre, un marido que sostiene cuando el mundo se derrumba y una MAESTRA llamada Olivia Dana que decide nacer “antes” convirtiendo esta experiencia en la mayor prueba y el mayor aprendizaje de mi vida, en el cual aún me encuentro navegando sus aguas.
Dicen que los relatos de parto son sanadores para quien los escribe y para el que los recibe, y aquí estoy hoy, desnudándome ante vosotras y compartiendo el que fue el momento más feliz y a la vez desgarrador de mi vida.
La última vez que me senté frente al ordenador fue el tres de marzo y como si la vida tratara de prepararme para lo que iba a suceder, publiqué la imagen de una madre con su bebé prematuro en brazos practicando el “método canguro”. Quién me iba a decir a mí que unas horas más tarde yo tendría a mi bebé prematura en brazos.
Todo empezó el viernes día tres de marzo. Aquella noche yo me encontraba tumbada en el sofá y al moverme sentí que había mojado mis bragas. Inocente de mí, pensé que se me había escapado el pipí, pero la sorpresa fue cuando al levantarme para ir al baño, sentí el calor del líquido amniótico caer por mis piernas…aún hoy puedo recordar la temperatura exacta y la sensación.
No era pipí, sabía exactamente que era y que significaba. En aquel instante el mundo se me vino abajo, sentí muchísimo miedo, estaba tan asustada…tan solo estaba de 34 semanas y cuatro días, era muy pronto, no sabía si mi bebé estaba preparada para nacer, no sabía si sus pulmones iban a estar listos para llegar al mundo.
Mi marido me abrazó, yo lloraba, él me intentaba calmar pero también sentía miedo de lo que iba a ocurrir a partir de entonces.
Llamé a mi comadrona y me dijo que intentara estar todo lo tranquila que pudiera, que la bebé iba a estar bien, que 34 semanas no era tan poco tiempo, dentro de la prematuridad y que me fuera al hospital.
Llegamos al Hospital Parc Taulí de Sabadell, me atendieron enseguida en urgencias, primero una enfermera y al poco rato llegó la doctora que me hizo algunas preguntas sobre cómo había transcurrido el embarazo.
La doctora nos explicó muy bien la situación y nos dejó claro que la niña iba a nacer. Que no hacía falta ningún tipo de medicación para acelerar la maduración de los pulmones, ya que pasada la semana 33 según el protocolo no se pone nada y que con la bolsa rota iba a nacer si o si. No había manera de frenar el parto ni intentar aguantar a la niña dentro.Mi marido Moi y yo estábamos en shock, no podíamos creer lo que nos estaba pasando. Nos habíamos preparado para un parto en casa, esperábamos a Olivia para mediados de abril, tranquilos y confiados. Sin idealizar el parto, había valorado que quizás terminaría pariendo en el hospital, porqué, y esto es algo que siempre digo a las mamás a las que acompaño, son los bebés los que deciden cómo, cuándo y dónde nacer. Me había preparado para cualquier cosa, pero jamás pensé en que iba a parir sin que el embarazo llegara oficialmente a término.
Allí estábamos, comprobando que difícil se hace confiar en la naturaleza cuando todo es tan incierto. Cuando el miedo recorre tu cuerpo, cuando tus planes se rompen y la realidad es tan diferente a la que habías imaginado.
Pero como si todo esto no fuera suficiente, como si no fuera difícil mantenerse en pie en un momento así, empezamos a recibir presiones por parte de la doctora cuando planteó nada más llegar la inducción al parto con medicación, justificando que “bolsa rota, se induce el parto por riesgo de infección para el bebé” proponiéndome a la vez un tacto vaginal.
Ahí empezó una lucha entre lo que queríamos para nuestra bebé conociendo perfectamente los efectos de la oxitocina en un cuerpo que aún no está de parto, y en lo que aquello iba a desencadenar. Sabiendo que los protocolos son maneras unificadas de trabajar y no “palabra de Dios”, dijimos que no, que queríamos esperar a que mi cuerpo hiciera lo que ya había empezado a hacer.
Vinieron hasta cuatro doctoras diferentes para intentar “convencernos” que inducir era la mejor opción porque con la bolsa rota la niña corría peligro de infección.Miedo, esa es la cultura de moda en todos los ámbitos, y en el mundo del nacimiento no iba a ser menos. Meter miedo, presionar a las mujeres a hacer cosas en contra de lo que sienten solo porque un protocolo lo dice.En ningún momento me informaron de lo que inducir suponía, no mencionaron la cascada de intervenciones que viene a continuación, ni el alto nivel de mujeres que piden la epidural después de que la oxitocina sintética llegue al cerebro, ni la gran tasa de partos que acaban en cesáreas por intervenir en exceso. Nada, nada de eso, solo miedo y presión para hacer las cosas a su manera y proponiéndome firmar documentos de no conformidad y esas cosas que se dicen.
Y sacamos valor, valor para decir no todas las veces, con los ojos empañados y la respiración entrecortada pero mirándonos a los ojos y confiando el uno en el otro y los dos en ella. Olivia había decidido nacer y le íbamos a dar su tiempo. Las presiones cesaron cuando pronuncié: “Bajo mi responsabilidad, firmaré lo que tenga que firmar” (nunca me trajeron nada que firmar)
Evidentemente no olvidábamos que estábamos en un hospital, y que para conseguir cosas hay que ceder en otras, así es de momento, ojalá algún día ir a parir al hospital sea algo fácil y sin la necesidad de negociar tus deseos.
Conseguimos 12 horas de margen para ver si mi cuerpo se ponía en marcha pero accedí a que me pusieran antibiótico para prevenir infecciones. Teníamos tiempo por delante, una sala de partos preciosa, con pelota, silla de partos, aromaterapia, una liana, espejo, monitorización inalámbrica, mi propia música, un compañero irreemplazable y a Helena la comadrona de guardia que fue amor y comprensión en estado puro. Ella nos proporcionó la intimidad y la seguridad necesaria que son las únicas cosas que se necesitan para acompañar a una mujer de parto.
Durante las siguientes horas, bailé, reí mucho, me hice el amor, cantaba a Olivia, le hablaba, comí pizza, bebí infusión de frambuesa, Moi me daba masajes, nos besábamos, me acariciaba…una delicia, no cabía más amor en aquella sala, fue un momento único e irrepetible.Fui capaz de hacer de aquel lugar, mi casa, mi hogar… puse mi propio altar, decoré la sala con imágenes que yo misma había pintado para el parto en casa. Llené con mi energía todo el espacio para darle a Olivia la mejor bienvenida, porque no importa donde sea, lo importante es que estemos presentes y conscientes, nuestros bebés no nos quieren perfectas, nos quieren auténticas.
Las contracciones no tardaron en hacerse notables, una tras otra como las olas del mar, gustosas, cada vez más seguidas e intensas, pero maravillosas…cada una me acercaba más a ella. “Vamos petitona, lo haces muy bien, no tengas miedo, estoy aquí contigo” le susurraba.
Nuestra pequeña Olivia Dana, nació el día 4 de marzo a las 20:34h con 2230gr, en un parto muy especial lleno de amor y magia, acompañada en todo momento por unos padres valientes, confiados y entregados a la vida, al amor y a ella.
Después de unos minutos de expulsivo muy intenso, vimos asomar su cabecita y en un pujo más el resto de su cuerpo. Fue el momento más increíble de mi vida, nunca antes me había entregado al universo de aquella manera. Cuando la vi, no podía dejar de llorar de emoción, tan despierta, con los ojos abiertos como platos, queriendo ver el mundo que tantas ganas tenía de ver, queriendo ver a su mamá igual que yo la quería ver a ella, pero no. No pudo ser…nada más salir de mi, se la llevaron a una camilla continua a la mía, para comprobar que todo estuviera bien, y en ese segundo una parte de mi alma se rompió, mi niña…necesitaba olerla, tenerla en brazos, sentirla, estar con ella, reconocerla.
Eran apenas unos metros los que nos separaban, unos metros que se me hacían demasiado largos y muchas manos interrumpiendo el momento más sagrado para una madre y su hija. En un par de minutos creo, porque yo estaba aún en otro plano, me la pusieron encima, y fue entonces, cuando acariciamos por primera vez a nuestra pequeña, que nos dimos cuenta que habíamos vivido toda la vida con las manos vacías.
Dos o tres minutos más tarde, se la llevaron a la Unidad de Neonatos, quedándome sola y vacía, sin mi niña. La razón podía entenderlo, pero no mi corazón. Y así es como se producen las heridas más profundas en las mujeres, en ese momento, todo ocurre tan rápido…que ni te das cuenta de cómo cedes tu poder a otros.
Después de 34 semanas juntas, sintiéndonos y soñando con vernos las caras… BOOM! De repente yo en el paritorio y ella en otro lugar. El vacío que se produjo en mi interior fue tremendo. Me faltaba una parte de mí, me faltaba ella. ¿Y ella? Recién llegada a un mundo que tantas ganas tenía de ver y así fueron sus primeras horas de vida. Sola en una cuna, sin el latido de su madre, ni los brazos de su padre.
Olivia no necesitó reanimación, ni oxígeno, ni respirador… nada que nos diera a entender que su vida corría peligro, ni que necesitara cuidados de manera urgente, no precisó incubadora. De hecho nos dijeron que si hubiera nacido de 35 semanas (le faltaban tres días para cumplirlas) hubieran actuado como en un parto a término y no hubiera tenido que ir a Neonatos.
Cuando conoces la realidad de los hospitales, cuando la misma comadrona te da las gracias por darle la oportunidad de vivir un parto así (un parto normal, natural), te preguntas, ¿Qué estará acostumbrada a ver? Realmente ¿cuán necesario fue todo lo que hicieron? ¿De verdad tenían que llevársela? No hubieran podido comprobar sus constantes con Olivia encima de mí? ¿De verdad era tan urgente y tan grave la cosa para no permitir que el cordón dejara de latir, tal y como pedimos?, ¿Será cierto que la placenta no me la dejaron llevar a casa porqué el protocolo dice que hay que mandar a analizar todas aquellas placentas de niños prematuros o era una simple excusa? ¿Por qué una vez se la llevaron a la Unidad de Neonatos no dejaron que su padre estuviera con ella haciendo piel con piel?
Lo cierto es que nunca en mi vida me había sentido tan vulnerable, tan frágil y diminuta. No era yo, la Laia fuerte, segura de sí misma, la loba, decidida y valiente. Era alguien distinta, si, ¡y tanto que era distinta! Era una mujer recién parida, que lo acababa de dar todo en un parto consciente, que había luchado hasta el final contra viento, marea y protocolos, una MADRE. Una madre rota por dentro con el corazón desgarrado a la cual habían separado de su cría, de su cachorra nada más parirla.Estuve más de dos horas en la sala de partos, mientras tanto Olivia estaba en la Unidad de Neonatos. En todo ese tiempo la comadrona me estuvo sacando manualmente el calostro para que se lo pudieran dar a Olivia.
Moi y yo preguntábamos insistentemente cómo estaba Olivia y cuándo podríamos ir a verla. La respuesta era siempre la misma: “La niña está bien, cuando podáis ir me llamarán” y así los minutos se convirtieron en horas y yo cada vez me sentía peor.
Las primeras horas en este mundo y está lejos de cualquier cosa que hasta ahora haya conocido…que mal me sentía, que sentimiento de culpabilidad más grande. Y por fin Moi pudo ir a verla y un rato después me subieron a mí. Estaba nerviosa, que ganas de abrazarla de nuevo ¡por dios!.
Cuando entré en la Unidad de Neonatos, eran casi las doce de la noche, se respiraba un ambiente tranquilo y silencioso, aunque gran parte de las luces estaban apagadas, jamás vi tanta luz junta! Era la luz que desprendían aquellos bebés en sus cunitas, en las incubadoras…la luz de los valientes, de los luchadores, de los que se atreven a llegar antes de tiempo al mundo y entre todos aquellos valientes, allí estaba ella, dormida, con cara de paz, tranquila como si nada hubiera cambiado y aún siguiera dentro de mi vientre.
Que emoción verla de nuevo. Vino la enfermera a presentarse y a explicarnos las normas de la Unidad, la verdad que no la estaba escuchando, el tiempo se había detenido y solo tenía ojos, oídos y corazón para mi pequeña Olivia.
En un momento en que ella dejo de hablar, intuí que había terminado de explicarse, le pedí que si podía cogerla y me dijo que no, porque en ese momento dormía y porque necesitaba estar en la cuna térmica para que no cogiera frío.
Yo si me quedé fría al oír aquella respuesta. Y en vez de sacar todos mis argumentos y estudios científicos que demuestran que es mucho mejor el calor del piel con piel para la salud del bebé, que los bebés regulan mucho mejor su temperatura e incluso mejora el ritmo cardiaco y la saturación, entre otros muchos beneficios. Pues asentí como una niña desvalida, sin voz y tragué con aquella respuesta. Es más me invitó a irme a la habitación a descansar, ¿a descansar? Yo no quería descansar, solo tener a Olivia en brazos pero también asentí.
¿Quién era yo en ese momento?, ¿cómo es posible que con todo el carácter que tengo, con toda la información con la que cuento, estuviera aceptando tales cosas? Soy doula, preparo a las mujeres para que esto no les pase y me estaba pasando a mí. Sinceramente, sentía que aquel no era mi terreno, que las normas eran más fuertes que yo, y que yo aún seguía en el planeta parto.
Hasta la mañana siguiente no volví a verla, pasé la noche sola en la habitación porqué Moi tuvo que irse a casa a sacar a los perros a pasear un rato. Fue una noche extraña y larga. Llamé a las enfermeras de madrugada y les dije que necesitaba ver a mi niña de nuevo pero me dijeron que sola no podía ir porque estaba según ellas débil y podía marearme y el celador estaba ocupado. Me volví a conformar. Lloré y lloré, deseando que Moi llegará pronto para poder juntos ir de nuevo a verla.
La luz de un nuevo amanecer marcaba un nuevo comienzo, una nueva oportunidad para agradecerle a la vida el regalo tan grande que nos había hecho. Fuimos a ver a nuestra pequeña. Esta vez la cogí en brazos sin preguntar y la tuve conmigo todo el día y parte de la noche.
Olivia estaba bien, solo necesitaba una sonda para ser alimentarla porqué ella seguía durmiendo tanto como cuando estaba dentro y no sabía que ahora comer requería un esfuerzo por su parte, su ángel de la guarda, la Placenta ya no estaba junto a ella para proporcionarle los nutrientes necesarios, así que tocaba currar, pero mientras le hacíamos llegar el alimento a través de una sonda.
No voy a decir que los días que vinieron a continuación fueron fáciles, creo que aún fueron más duros. Pasábamos todo el día con ella, no era como lo habíamos imaginado pero estábamos felices de tener a nuestra niña con nosotros. Estábamos exhaustos, sin dormir demasiado. Además, yo estaba hipersensible, cualquier llanto desconsolado de algún bebé aunque no fuera el de Olivia me ponía en alerta y se me tensaba todo el cuerpo.
Con el corazón aún encogido, tratando de digerir todo lo ocurrido fuimos aceptando la realidad. La gente que nos quería, con la intención de animarnos nos decía que teníamos que estar contentos porque las dos estábamos bien y Olivia iba a estar bien cuidada. Bueno, con bien, la gente se refiere a vivas y sanas pero algunas veces las heridas que más duelen son las que no se ven. Y si, podía ser mucho peor. Hay casos realmente más duros que el nuestro, pero en ese momento nos dolía lo nuestro.
Pasaron tres días y a mí me dieron el alta, pero a ella aún no. Y tocaba volver a nuestro dulce hogar dejándonos el regalo más valioso que nos acababa de dar la vida en aquel hospital. No es lo propio, no es lo natural y duele, duele mucho. Aun recuerdo que al llegar a casa, me di una ducha y fue tan extraño…el momento ducha era uno de los que más me gustaba durante el embarazo, las dos solas, tranquilas y relajadas…era un momento muy íntimo, le hablaba, le cantaba, acariciaba mi barriga sabiendo que al otro lado muy cerquita estaba ella escuchándome. Que sola me sentí, ahora ella ya no estaba dentro de mí, ni siquiera en la habitación de al lado, eran kilómetros los que nos separaban y no podía evitar sentirme culpable por dejarla .
No se de dónde sacábamos las fuerzas, 12 días estuvo Olivia ingresada, observando su evolución y realizándole pruebas que por protocolo hacen a todos los niños prematuros para comprobar que todo esté bien. Doce días yendo y viniendo de casa al hospital y del hospital a casa, sin dormir, enganchada a Olivia y si no era ella era al sacaleches, comiendo de aquella manera y tirando como podíamos, deseando que las pruebas salieran bien, que lograse comer bien y nos la pudiéramos llevar a casa.
Nada fue como lo planeamos, la vida nos ha enseñado a soltar, a no querer controlar nada. La vida ES, igual que Olivia. Ella simplemente ES. No llegó antes de tiempo, llegó cuando tenía que llegar. No lo hizo a nuestra manera, lo hizo a la suya. Queríamos la mejor de las llegadas para ella, pero que sabemos nosotros de que es lo mejor o lo peor?
La herida por habernos separado al nacer, es más grande en mi que en ella. De eso estoy segura. Todo está bien y todo es perfecto, este ha sido mi mantra durante años y que difícil es seguir pensando lo mismo, cuando a tu manera de ver y de sentir todo te parece una mierda, una injusticia y que el universo de algún modo te está castigando.
Lo que ocurrió nos marcó para siempre a los tres, se que algún día miraremos atrás y lo recordaremos como un gran aprendizaje que nos hizo más fuertes y más humildes. Poco a poco sanaremos , porqué no hay nada que el amor no cure y de eso en esta casa nunca falta.08/12/2017