Mi nombre es Guadalupe Iserte Aznar, ingresé para dar a luz a mi hija el viernes 24 de Junio del 2011 a las 12 del medio día aproximadamente.
Mi intención es dar a conocer el trato que recibimos el día del nacimiento de mi hija con la intención de buscar respuestas, además de ofrecerles información sobre el trato que se da a las mujeres en este momento tan especial de la vida con la finalidad de mejorar dicha atención.
Me presenté en pleno proceso de parto, dilatada por completo con la con la idea de que me pudieran poner oxitocina sintética ya que las contracciones hacía rato que no las sentía. La cabeza de mi hija podía tocarla con facilidad y desde hacía rato no sentía ni una contracción ni media.
Cuando llegué me sorprendió que me hicieran pasar a una sala para mirar en qué momento del parto estaba. Era un personal sanitario que no volvería a ver en todo el día y que debía valorar mi situación para luego derivarme.
Me hubiese gustado que me hubiesen pasado a una sala de dilatación o paritorio, donde poder explicarle a quien me acompañase durante el resto del parto la situación en la que el bebé y yo nos encontrábamos.
En vez de eso lo que me encontré fue con un par de mujeres que me pedían me subiera a un potro para hacerme un tacto para luego mandarme a otra sala con otro personal sanitario. Me resultó frio el trato, distante y el hecho en sí innecesario. Algo parecido a encontrarme en un aeropuerto y tener que pasar por varias ventanillas antes de subir al avión.
(Ver OMS sobre el trato y las diferentes manos que deben ver y visitar a una mujer en proceso de parto)
Lo siguiente fue mandarme a un paritorio. Me subí a un potro bastante cómodo y la comadrona, creo que su nombre era Pepi o Paqui, me trató con delicadeza. Me habló y me explicó lo que me iban a hacer: ponerme unas gotas de oxitocina sintética por no tener contracciones.
No quería la epidural, y no sentí que me azuzaran para ponérmela.
Era verano, medio día y hacía mucho calor. Les pedí si podían apagar el gran foco múltiple que me estaba enfocando cara, cuerpo y más concretamente la vagina. Lo hicieron sin ningún problema y mi sensación de agobio y calor disminuyó.
Mi pareja me acompañaba, era de gran ayuda tenerlo allí presente dándome la mano y la complicidad que necesitaba.
Él pidió que no me hicieran una episiotomía y que por favor no le cortaran el cordón a nuestra hija hasta que no dejase de latir la placenta.
El tono de una residente de ginecología, ayudante de comadrona, o comadrona en prácticas fue bastante desagradable al contestarle. Le dijo que eso sería si no me hacía falta. A lo que él correctamente le respondió que en ese caso nos lo comunicasen antes de hacerlo. Tal y como se nombra en los derechos del paciente.
A partir de ahí lo que recuerdo era calor, mucha luz y bastante gente.
Algún personal del hospital pasaba por allí como si de un pasillo se tratase, eso me hacía sentir extraña, incómoda, intimidada. Esta es otra de las cosas que considero innecesarias y fácilmente ahorrables.
Por lo demás no sé si llegó a haber 4, 5 o 6 personas de personal sanitario. Pero muchas de ellas no tuvieron ningún tipo de contacto conmigo a parte de el de espectadoras de mi vagina, parto e intimidad.
Entre ellas hablaban y comentaban cosas del turno, criticaban a las compañeras, etc, etc… Vuelvo a repetir la falta de tacto y respeto que esto supone, además de ser algo completamente innecesario y fácil de mejorar.
Si me permite la comparación, me han hecho pedicuras, manicuras, depilaciones y masajes en el que el respeto por mi persona, mi intimidad y el silencio estaba mucho más presente que en aquel lugar en el que yo estaba pariendo y en el que mi hija se disponía a nacer.
En general, la sensación es de falta de consideración por lo que allí está pasando, por la transcendencia que este hecho tiene en la vida sexual y vital de una mujer y de la vida que está naciendo. No dudo de sus capacidades clínicas y médicas que imagino que cómo todo puede mejorar y que para ello siguen leyendo, yendo a congresos y poniéndose al día sobre lo último en investigación, sino de la falta de humanidad, tacto y respeto por la paciente, y el hecho que allí acontece.
Recuerdo que esa posible residente de ginecología o persona en prácticas me hurgaba la vagina, yo me quejaba de dolor y le decía que parase a lo que ella me contestaba que no me estaba tocando y mi pareja me verificaba que no era así. Tumbada era incapaz de ver mi vagina pero sí de sentir todas las sensaciones de mi cuerpo y unas manos urgando mi vagina me producían bastante dolor.
Me pareció tan indignante que me mintiese en mi cara, que me tocase sin mi permiso y que me tratase de tonta en mis narices. Lo más fuerte es que lo volvió a hacer ¡en dos ocasiones más! Me estaba haciendo daño, imagino que intentando agrandar mi vagina, los labios vaginales o yo que sé qué, pero lo hacía sin mi consentimiento y con la expresión explícita de que me estaba causando dolor y que yo no quería aquello. Indignante, doloroso, mintiéndome. Una agresión física y también moral.
Al final paró tras la negativa firme y repetida que le di de que yo no quería eso. Pero todo este proceso me pareció nuevamente una falta de respeto a mi persona y a mi intimidad, y que sin lugar a dudas vulnera mis derechos como paciente.
Cuando nació mi hija la comadrona no estaba, y nuevamente esta posible residente de ginecología (que en ningún momento se presentó) tuvo la brillante idea de clampar el cordón umbilical. Es cierto que le habíamos pedido que no lo cortase hasta que dejase de latir la placenta (tal y como recomienda la OMS, la Asociación Española de Comadronas y la Asociación Española de Ginecología) pero no le habíamos especificado que tampoco lo clampase.
Me quedé atónita, en blanco, sin ni siquiera poder protestar. Abrumada por reconocer a la hija que hasta hace poco llevaba dentro y mirando frustrada aquellas dichosas pinzas. Pensando en la sangre de mi hija que quedaba perdida en la placenta. Sangre que la ayudaría a defenderse de anemias, que le fortalecería y le daría más peso y vigor. Y que si más no, era suya y no un despojo sanitario.
Todo a la vez, todo en uno: alegría, frustración y tristeza juntas puedo afirmar que por incompetencia del personal sanitario. Concretamente de esta mujer jovencita, supervisada de manera intermitente (seguramente por falta de personal y recursos).
No se me informó de la pomada en los ojos a mi hija, la aspiración nasal y bucal de sus vías y otras cosas que vi que le hacían. Tampoco se me dio la opción de elegir si queríamos que aplicaran estas intervenciones a MI HIJA, tampoco se me dijo que estas pruebas se las podían haber hecho encima del cuerpo de su madre, evitando la separación y el contacto piel con piel. Tal y como recomienda la OMS, la Asociación Española de Pediatría y el protocolo del Ministerio de Salud de Asistencia al Parto Normal.
Con mi hija de nuevo en mis brazos, subiendo a planta arrastrada en una camilla por pasillos fui reñida (deduzco yo) por una celadora. Yo había leído de la importancia de las dos primeras horas de vida de la criatura para establecer el vínculo con la madre e instaurar la lactancia. Me dijo que la iba a ahogar. Literalmente, me dijo que si me la ponía así la iba a ahogar. ¡No me lo podía creer!
Atónita, cansada, sin fuerzas, acabada de parir, subiendo a planta. Y esta mujer (que obviamente tampoco se presentó) de pelo negro corto y rizado, bastante bajita y en sus 50, decide reñirme.
Estas fueron las únicas palabras que intercambiamos, porque obviamente no le iba a contestar a semejante impertinencia.
Me gustaría que el personal con el que cuenta el hospital no se extralimitara en sus funciones. Y que si esta u otra celadora ha de dar consejos de lactancia por el camino a una mujer sensible que acaba de dar a luz, por lo menos se le pueda enseñar cómo hacerlo. Aunque desconozco qué dicen los protocolos de la IHAN al respecto.
La otra cosa que me sorprendió fue la negativa a hacerle la revisión pediátrica a mi hija en la habitación. Muchos hospitales han cambiado sus protocolos a este respecto y me parece que es cuestión de tiempo que el Hospital General de Castellón se ponga al día. Aunque a mi y a muchas mujeres de Castellón nos gustaría que no tardasen en hacerlo; por el bien de toda la comunidad la médica y la de usuarios/as.
Es bien sabido que la revisión pediátrica, vacunas y demás se puede hacer en la misma planta, a ojos de la madre y garantizando que la separación madre e hijo no se produzca. Cosa que se refleja en la Carta Europea de Derechos de los niños, en las recomendaciones de la OMS de atención al parto e infancia y en el protocolo del Ministerio de Sanidad de Atención al Parto Normal.
De esta negativa explícita a hacerle la revisión pediátrica a nuestra hija en la habitación recuerdo hablar con la enfermera que quería separarnos y nuestra evidente negativa. Seguidamente hablamos con la jefa de planta que se encontraba de turno. No queríamos que se la llevasen, no queríamos que la lavasen y la perfumasen, y que tampoco le pusieran la vacuna de Hepatitis b. La administración de vitamina K sí que era importante para nosotros.
Sabíamos que todo esto iba a tener lugar, porque ya íbamos informados de antemano. Pero no sabíamos si le harían alguna cosa más, así que lo preguntamos. Y la respuesta vino en forma de bucle:
– ¿y si os la lleváis que le haréis?
– le haremos lo que indica el protocolo.
– ¿Y qué indica el protocolo?
– Pues lo que indica el protocolo.
De ahí no conseguíamos avanzar. No nos dieron ningún detalle sobre el tipo de exploración o intervenciones que le iban a hacer a nuestra hija, otro de nuestros derechos como pacientes una vez más eran vulnerados.
Lo que ya me dejó atónita fue cuando nos dijo que allí las cosas se hacían así y que si queríamos la revisión pediátrica se la tenían que llevar, que sino pues nada.
¿Cómo, podía mi hija quedarse sin que la visitara un médico especialista por una cabezonería mía? ¿Y si le pasaba alguna cosa?
Habíamos caído presas del chantaje. El cansancio, las hormonas y la vulnerabilidad del momento me sirven para explicarme mi reacción. Lo que aún no consigo entender es ¿qué hace que esta mujer se atreva a chantajearnos con algo tan serio y en semejante situación de vulnerabilidad?
Yo me creí esta barbaridad en forma de amenaza, pero ahora sé que incluso podría haberla denunciado y llamar a un juez por negar a mi hija uno de sus derechos más básicos. La separación madre e hija para una exploración rutinaria post-natal no está justificada bajo ningún concepto y su hospital lo sigue aplicando de manera rutinaria y puedo decir en carne propia que hasta bajo amenazas.
Nos prometieron que sólo la limpiarían un poquito ¿porqué? ¡No consigo comprender! Si nosotros la queríamos intacta con su vernix caseoso cubriendo su piel y así lo habíamos pedido. ¿Porque tienen que decidir semejantes cosas sobre los hijos de los demás? Era mi bebé, su piel, yo su madre. Y esta institución me otorga un momento robado, sin autorización y sin justificación posible.
Le pusieron la vitamina K y no le administraron la vacuna de la Hepatitis b, tal y cómo habíamos pedido. La trajeron limpia. Y tal y cómo me prometieron a los pocos minutos.
Hasta aquí mi paso por el hospital.
Pedimos el alta voluntaria tan pronto cómo nos fue verificado que no había riesgo de sangrado para mi y que la pequeña Aina se encontraba en perfecto estado.
Espero que tengan mi historia en cuenta y que puedan dar respuesta a este relato y a tantas irregularidades en el funcionamiento y en las intervenciones que yo y mi hija vivimos en el Hospital General de Castelló de la Plana.
Quedo a su disposición para cualquier duda, aclaración o sugerencia.
Muchas gracias,
Guadalupe Iserte Aznar10/12/2017