Mi innecesaria
Empezaré explicando que mi primer hijo, Fabio, nació en la casa de partos Migjorn en un parto natural, respetado y silencioso muy, muy largo, acompañada por mi hermana, 2 amigas y 3 comadronas, prácticamente a oscuras. ¿Os imagináis un aquelarre? En ese momento no tenía pareja. Fue la experiencia más animal, brutal e intensa de toda mi vida.
Durante mi segundo embarazo todo marchó sobre ruedas hasta el momento en el que me hice la ecografía de las 33 semanas en la que se me informó de que Rocco, mi segundo hijo estaba en podálica. Lloré, me asuste, ante la idea de no poderlo parir en casa tal y como estaba previsto, ya que volvía a repetir con las profesionales de Migjorn pese a nuestra situación económica, pero quería darle la misma bienvenida que al primero. Hice todo lo que estuvo en mi mano para que se diese la vuelta, recé a todos mis difuntos a pesar de no ser creyente, puse velas, me pasaba el día a gatas, bailando, moviéndome, la postura del mahometano, con una linterna le hacía el caminito, le hablábamos y le poníamos música en el bajo vientre…todo y más.
En una comida en casa de mis suegros, cuando la noticia de que estaba al revés aún era reciente y yo estaba bastante afectada, mi suegra (a la que le había ofrecido estar en el parto) se le ocurrió decirme con su marcado acento andaluz: ”Bueno mujer, ahora por eso no pasa nada, te hacen la cesárea y ya está” reventé a llorar en medio de la mesa y a explicar en vano, a personas a las que la cesárea les parece lo mejor del mundo, que es una operación abdominal, una cirugía mayor, que te rajan 7 capas de piel y el útero y que eso no es bueno ni para la madre ni para el niño.
Finalmente lo conseguimos, 3 semanas después, en la semana 36 Rocco estaba en cefálica.
Los días pasaban, las madres del colegio de mi hijo mayor alucinaban diciéndome que como podía sentirme y encontrarme tan bien y cada día me preguntaban ¿Aún no? Así pasaron los días. y luego las semanas… a partir de la semana 40 empecé a ir a monitores, todo perfecto, yo me encontraba genial, super ágil, a partir de la 41 empezamos a mosquearnos, iba día si día no a monitores con Aurora en el Hospital de Sant Pau en Barcelona, seguía todo maravillosamente, bebé bien y yo también, aunque sin ningún atisbo de parto, ni tapón mucoso… alguna noche sentí alguna contracción, me levantaba de la cama, me sentaba en la pelota, me preparaba un chocolate bien cargado con medio kilo de canela y se disipaban las contracciones. Aurora el día en que llegué a 41+4 me habló de la inducción, yo me negué después de que me asegurara que ella no veía ningún riesgo para ninguno de los 2 y me comprometí a ir cada día a monitores, le hablé de que en Migjorn me habían dicho de tomar aceite de ricino y que me habían dicho que era un 100% eficaz, a esas alturas yo tomaba homeopatía, flores de Bach, caminaba un montón, hacía el amor cada día, (recuerdo decirle a mi pareja en broma: ¿Me invitas a unas prostaglandinas?), tomaba chocolate desecho cargado, canela, hacía reflexología, infusiones de frambueso, bailaba etc. La familia y los amigos, llamando cada día (¿ya? ¿ya? ¿Aún no?) Desconectamos todos los teléfonos… sentíamos mucha presión.
Cenas románticas de despedida, fiestas de despedida de barriga…¡TODO!
Pero nada sirvió para ponerme de parto. Pese a todo yo me encontraba genial y bebé parecía que también.
Llegó el día en que se cumplían las 42 semanas, la idea era parir en casa, como ya he dicho, pero como llegué al final del plazo, en Migjorn nos dijeron de ir allí, a la casita de Sant Vicenç de Castellet para tomar el aceite de ricino y podernos controlar con el Sonicaid. Cuando llegamos nos pusimos manos a la obra… 1era toma, 2ª toma, 3ª toma… tapón mucoso fuera.
Al día siguiente, por la mañana Angels, una de las comadronas, nos dijo que nos teníamos que ir al hospital. (El plazo para parir con Migjorn va desde las 38 semanas a la 42, ni un día más). Muy a nuestro pesar y con los 2000€ pagados (la verdad, es que lo del dinero no es lo que más nos duele para nada, pero es un detalle que realmente nos hizo plantearnos el parto en casa y que como os podéis imaginar supuso un esfuerzo importante, dado que no tengo trabajo y éramos una familia de 3 personas y una en camino con un sueldo normalito). Nos fuimos para casa a preparar lo que nos llevábamos al Hospital y a despedirnos de Fabio (mi hijo mayor) y mi hermana.
Hospital de Sant Pau (Barcelona)
A las 15h del día 24 de Noviembre de 2013 llegábamos al Hospital de Sant Pau con sabor agridulce porque al fin y al cabo, sabíamos que de ese día ya no pasaba de conocer al tan esperado Rocco. Expliqué el caso: “Hola, estoy de 42+1 y vengo a que me induzcáis el parto”. ¡Se pusieron las manos a la cabeza!, nos metieron en una sala de partos, nos pusimos música, me pusieron la monitorización y la oxitocina, empezaron a llegar las contracciones tan esperadas… las anhelaba taaaanto. Hasta aquí, todo bien.
Al cabo de 2 horas vino la comadrona a subirme la oxitocina, pero yo ya había empezado a sentir contracciones ritmicas, le pedí que no me la subiera mucho de golpe, le dije que lo pusiera al 3 y que si quería en una hora lo subiera dependiendo de como iba progresando, 1 hora más tarde vino una comadrona a romperme la bolsa, le dije que no, que se puede parir perfectamente con la bolsa intacta y que con Fabio había fisurado bolsa y no parí hasta al cabo de 3 días, me explicó que el niño estaba muy alto y que si rompía la bolsa encajaría la cabeza en la pelvis y que el parto no estaba avanzando, (¡Que el parto no estaba avanzando! A esas alturas yo tenía ya contracciones cada 3 minutos bastante intensas. ¡Si había llegado fresca como una rosa!) hasta 3 veces vino con la misma cantilena, hasta que a la 3ª va la vencida, con el pincho y la palangana, me convenció. Cuando me pinchó la bolsa, tuve una sensación horrible al notar todo ese liquido templado corriendo por mis piernas, claro como el agua, con ese olor tan característico y adictivo, me puse a llorar desconsoladamente imaginando a mi bebé de golpe quedándose sin todo ese liquido… ¡Que sensación tan chunga! La comadrona granadina se medio cachondeaba diciendo:”Ay, vaya…el duelo de la bolsa rota” y se marchó con su palangana con mis aguas y su pincho mágico.
Inmediatamente el latido cardiaco del bebé pasó de 122 a 60. Me asusté, nos asustamos, llamé al timbre, empecé a bailar y a hablar con Rocco mientras seguía llorando y cuando volvió la comadrona se lo reproché: – ¿Mira lo que ha pasado por romperme la bolsa! ¿Lo ves? – entonces ella apagó el aparato de la oxitocina, encendió la luz, convirtió la cama en un potro obstétrico como si de un transformer se tratara y me dijo que me tumbara que la ginecóloga me iba a valorar…yo no entendía nada. Dudé, porque sabía que con la bolsa rota no se deben hacer tactos porque hay riesgo de infección, pero por otro lado pensé que mejor le dejaba ver porque igual continuarían insistiendo y así de paso verían de cuanto estaba ya dilatada y que era multípara y me dejarían tranquila… eran las 19h. A esas alturas no me podía imaginar que eso sería el comienzo de la peor pesadilla de toda mi vida.
Entonces llegó la ginesauro, mastodonte amargado, con ínfulas de grandeza, me metió los dedos por la vagina, me tocó la barriga, me preguntó cuánto mido (147cm, si, soy muy bajita) y me dijo que estaba dilatada de 6cm y sin más dilación me sentenció a cesárea por desproporción, yo no daba crédito, después de haber hecho 2 veces el curso de preparación en Migjorn, haber parido a 4 patas a mi otro hijo y con toooooooda la información que llevaba en la mente, sabiéndome al dedillo lo de las fontanelas y la hormona relaxina, le dije que la maniobra que me había practicado era insuficiente para aseverar tal convicción, que si podía hacerme una ecografía con doppler, me contestó con un “no” rotundo, entonces se fue y volvió con el consentimiento informado para que lo firmara. Yo no sabía qué hacer, llamé a Migjorn y les expliqué me dijeron que me pusiera a subir escaleras, miré a mi alrededor y por allí no había nada para subir, me desesperé, también me dijeron que pusiera la cabeza por debajo de la pelvis empecé a hacerlo… Pero estaba entre la espada y la pared, yo, tan soberbia que pensé que eso nunca me ocurriría, que para eso pagaba 2000€ aunque los tuviera que sacar de debajo de las piedras, que tenía más información que nadie en el mundo, la primera en defender a capa y espada el parto natural, firmé (no sabéis cuanto me arrepiento).
No tenía ninguna referencia de lo que podía medir o pesar el bebé, hacía más de 4 semanas que me habían hecho la última ecografía y todo y con eso sabemos que existe un alto índice de error. Pensé que si la ginecóloga tan convencida estaba de qué existía tal desproporción, prefería la cesárea que unos fórceps o un parto instrumental que pudiera dañar al niño, pensé que en algún momento alguien se daría cuenta de la injusticia que estaban cometiendo y me perdonarían la cesárea.
Pregunté qué quién me iba a practicar la cirugía y me informaron de que la misma ginecóloga, yo me puse a llorar y pregunté cuando era el cambio de turno…no me dio buena espina desde el primer momento, me contestaron que dentro de 8 horas. Nos aseguraron que en media hora llevarían al bebé para hacer piel con piel con el padre y que yo en media hora más me reuniría con ellos. En ese momento lo que quería era terminar cuanto antes con aquel suplicio, con las miradas de desaprobación por haberme atrevido a esperar hasta la semana 42. Mi sensación fue de que me maltrataban por “ir de lista”. Antes de irme, le pedí a Iván que no llamara a nadie hasta que los 2 estuviéramos fuera de quirófano para no asustar. Al cabo del rato vinieron a buscarme 2 celadores simpáticos y guapos con una silla de ruedas, la comadrona que me estuvo atendiendo dijo que yo podía ir a quirófano andando, me llevaron uno de cada brazo por el pasillo mientras se me caían las lagrimas y aguantaba estoica cada contracción (supongo que ya debía estar de unos 8-9cm dilatada, ya eran las 21h). No pude evitar recordar la película Dancer in the dark cuando llevan a Björk a la horca, de hecho, a los celadores les dije que me sentía como si me llevaran al matadero, ellos se rieron y me dijeron que no era para tanto. No me quedó más remedio que entregarme a la Sra Carnicera. Me metieron en la camilla, montaron un show porque llevaba una goma de pelo (no entiendo cuánto daño puede hacer, si ellos llevaban el móvil sonando durante toda la operación), me explicaron que iban a ponerme anestesia raquídea, me preguntaron que pesaba, me puse de lado y me pidieron que me pusiera como un gato enfadado, (Lo del gato enfadado lo recuerdo cada 2×3) pregunté si podían esperar a que el cordón dejara de latir y me miraron como si estuviera loca, que aquello era una cesárea y que no podían estar por tonterías perdiendo el tiempo. (¡Tonterías!) Pedí que no le pusieran la profilaxis en los ojos ni la vitamina k y eso por lo menos lo respetaron. Empezó a hacerme efecto la raquídea, empecé a marearme, lo manifesté me pusieron algo frio en el pecho y me preguntó la anestesista a la que la que le reconocí rapidísimo el acento chileno, si lo notaba, le contesté que no, entonces me lo puso en la frente y ahí sí que lo noté, los que estaban allí empezaron a discutir que sí me habían puesto la anestesia demasiado arriba porque era bajita o si se habían pasado con la dosis, y a ponerme más vías hasta que recuperé la conciencia de nuevo. En mitad de conversaciones jocosas por parte de los médicos, me dí cuenta de que habían desaparecido, había dejado de notar las contracciones que en un principio me habían hecho sentir tan feliz, ya no sentía nada, no me dio tiempo a despedirme de ellas, se habían ido, me dio pena, seguí llorando. Pusieron el parapeto ese que hace que no puedas ver más que una cortina de color azul campo quirúrgico) y me ataron bien fuerte a la camilla, en ese momento supe con certeza que no había vuelta atrás.
En todo este proceso a la ginecóloga la acompañaba una estudiante tan inhumana como la misma, impasible, con media sonrisa. (¿Sabéis las películas de Disney, que normalmente el malo siempre va acompañado de un ayudante? por ej. en la Bella durmiente a Maléfica siempre la acompaña el cuervo o En el rey León, Skar va con la hienas o en la Sirenita, las anguilas de Úrsula?) Empezaron, y yo no podía hacer más que escuchar el pitido de las máquinas y ese ruido de aspiración constante como en el dentista mientras seguían cayéndose las lagrimas en silencio. Oí a mi hijo como hacía un corto “huec” y nada más, no me lo enseñaron, en ese momento grité para que no le pusieran el antibiótico en los ojos (para que no hubiera interferencia visual en nuestro proceso de piel con piel, (ilusa de mi). Empecé a perder otra vez el mundo de vista, pero yo pedía ver a mi hijo, siguieron sin enseñármelo. Oí que me decían que era muy grande, pregunté que había pesado y me dijeron que había sido muy grande, 3,600kg (Mi primer hijo pesó 3.300!!!) que venía con collarcito (como el 60% de los niños, también Fabio vino con una vuelta). Con el mismo tono que se emplea cuando uno quiere que le den las gracias, por haberme hecho una cesárea. Seguí oyendo ese ruido de aspiración y como empezaban a correr por el quirófano, entonces cerré los ojos, (yo aún no sabía lo que estaba pasando) Noté como saltaban encima de mí, temblaba mucho, sentí más frio que nunca en mi vida, sentía que me iba a morir y seguía sin conocer a mi hijo. Una tortura, me sentía como si fuera una víctima de la película Saw. A partir de ahí empezaron a hablarme como si fuera una niña traviesa que se había portado mal en un colegio de monjas desalmadas. Solo se dirigieron a mí para hacerme sentir mal: “Has tenido una atonía uterina y esto te ha pasado por haberte esperado a la semana 42, seguro que has tenido muchas contracciones” -Yo no había tenido contracciones, ¡¡¡por eso fui al hospital!!!- “Te voy a poner una medicina por el recto”. Me enseñaron al niño 5 segundos a más de un metro, súper abrigado y me dijeron que se lo llevaban a su padre a hacer piel con piel. Y volvieron a la carga. “Ahora vamos a llevarte a cuidados intensivos para que te recuperes, has perdido mucha sangre”. Siempre con ese mismo tono de Srta. Rottenmeier. Y yo: ¿Pero y mi hijo? ¿Y la lactancia? A lo que me contestaron: “No, no, no… nada de eso, allí vas a estar 12 horas y el niño no puede estar porque no es un ambiente adecuado para él”. Yo no podía creerme lo que me habían hecho, ¡hacía 2 horas, yo estaba más sana que una manzana y ahora estaba al borde de la muerte! ¿Como me había dejado hacer todo eso? ¿Como son capaces de arrebatarte algo tan bello, único e irrepetible como es el nacimiento y convertirlo en la experiencia más atroz de tu vida? Allí estaba yo, hecha un puto cromo, con 5 vías cogidas en cada mano, llena de cables, con pañales (el aceite de ricino del día anterior seguía haciendo efecto), con una sonda para el pipí y el redón en mi cavidad abdominal, inmobil, con la incertidumbre de no saber que me habían hecho, si me habían extirpado el útero, si podría volverme a quedar embarazada, si aquello tendría secuelas, con la tripa rajada, dolorida, mareada y vacía. Ese vacío horrible. ¡Sin ni siquiera haber podido besar a mi hijo! No podía dejar de comparar las 2 experiencias, mi parto natural anterior y eso. Me había quedado con las ganas de parir como una mujer poderosa, y lo habían convertido en una operación como a quién le quitan un tumor. Me arrebataron la única oportunidad que tenía de darle a mi hijo una bonita bienvenida. Después vino una comadrona igual de asquerosa que el resto a decirme con el mismo tonito: ”Tu hijo está bien, está con su padre y da gracias porque si hubiera estado mal nos lo hubiéramos llevado a neonatología, primero respiraba un poco mal. Si quieres que tu pareja venga a estar contigo el niño se tendrá que quedar en el nido.” Comentario gratuito y completamente prescindible. Le grité: ¿TE HE PEDIDO ALGO?” (Luego leyendo mi historial no pone ni lo de la vuelta de cordón, ni que respiraba mal. APGAR: 10-10-10). Más tarde vino a verme la ginecóloga con su secuaz, y me soltó un rollo del tipo que todo lo que había hecho era por mi bien. Yo ni le contesté, la odiaba (y lo sigo haciendo) con todas mis fuerzas, durante las próximas 12 horas más que pensar en mi hijo (que es lo que se supone que tendría que haber hecho), lo que hice fue pensar en cómo podía vengarme de esa mujer, de todas las torturas que me hubiera gustado hacerle, de como cargármela, quería con todas mis fuerzas que pasara por lo mismo que yo y lloré mucho. Me arrepentí mil veces de no haberme ido antes de que me pincharan la bolsa y de no haber firmado el alta voluntaria en lugar de firmar el consentimiento informado y haberme plantado en Migjorn. Al cabo de varias horas (3,4 o 5… no sé) dejaron bajar a Iván (mi pareja) con Rocco (el bebé), solo estuvieron 15 minutos escasos, porque la comadrona mala los vino a buscar, me lo puse como pude al pecho y no podía hacer otra cosa que llorar y explicarle a Iván por todo lo que había pasado. Tenía la boca seca y un frio de muerte, no me dejaban beber, había un grifo y le pedí a Iván que me pasara agua de boca a boca. Pensaba en mandarinas y horchata. Él, estaba ensimismado mirando a nuestro hijo. Me explicó que le habían llevado al niño y le habían dicho textualmente que estaban haciendo todo lo que podían por mí. Fueron las 12 horas más largas de mi vida, se suponía que debía descansar y no pude ya que un señor se pasó la noche gritando e insultando a las enfermeras. Las enfermeras que me atendieron eran muy buena gente y me sugirieron que pusiera una queja al hospital. Tenía muchísima sed, durante esas 12 horas no me dejaron beber ni comer nada. Las enfermeras me dieron un cubito de hielo con sabor a limón ¡No quería que se acabara nunca, que placer! Fue lo más bonito que hicieron por mi durante toda mi estancia en el hospital.
Por fin llegó el momento en el que me reuní con mis chicos. Me devolvieron a la sala de partos de donde partí antes de ir a quirófano porque no había habitaciones libres. Una vez allí, desnudé a mi hijo, lo olfatee, me lo puse en la teta, lo lamí y le di muchos besos y seguí llorando durante un mes entero cada vez que lo explicaba. Por la puerta apareció Fabio con su jersey de calaveras, sus 5 años y un ramo de flores más grande que él, no puedo evitar llorar cuando recuerdo esa imagen y pensar que de poco se queda sin su mamá. Seguía con oxitocina y morfina intravenosa. Me dolía todo, no me podía mover, cuando nos subían a planta, el camillero soltó: ”Mira que guapito y que cabecita tan redondita, como se nota que ha salido por cesárea”, vamos, me faltó un pelo para no escupirle en la cara.
Otra anécdota, cuando iba a los monitores con Aurora, ella nos dijo que las habitaciones eran individuales, que sabía que era muy bueno para nosotros pero que no tanto para ellos, porque era debido a los recortes y que habían cerrado camas, como iba muy seguido, un día un papá que estaba allí comentó que había ido a visitar a una amiga que había parido en el hospital y que estaba en una habitación de 2, entonces Aurora se retractó y dijo que en un lado eran de 2 y que en el otro eran de una persona y que las individuales las reservaban para las cesáreas. Lo primero que quisieron hacer, nada más llegar a la habitación, que por cierto, era compartida, fue llevarse a Rocco para pesarlo, pero yo no les deje (He de decir que ahí probablemente me equivoqué dado que tengo serias dudas de que realmente pesara 3.600, a los 3 días pesaba 3200), me ofrecieron una cuna y les dije textualmente que se la metieran por el culo. Obviamente con la tristeza que llevaba encima y las pintas, me negué a recibir visitas durante toda mi estancia a excepción de mi hermana y Fabio, y mis suegros porque no quedaba más remedio. De hecho, otro de los comentarios gloriosos fue por parte del padre de Iván que a los pies de la cama y con sorna me preguntó: “Ah, ¿pero es que eso duele?”. Le contesté tan mal que el pobre hombre no volvió a aparecer por allí. A los 2 días vino la ginecóloga con la aprendiz de bruja a quitarme el redón, lo quitó la estudiante en prácticas y tengo la certeza absoluta de que era el primero que quitaba. Yo no me quejé, no fuera a ser que me castigaran de alguna manera.
Me sentía como una leona herida y probablemente lo pagué con todas las batas blancas que entraban en la habitación. También me quitaron la sonda y me dijeron que ya podía levantarme para ir al lavabo. ¡Pero si no podía ni ponerme de lado! Me levanté como pude con todos mis cables escurriéndome entre los brazos de Iván, ¡Que dolor! Sentía que me partía por la mitad, el trayecto al baño se me hacía interminable, llorando y maldiciendo a las personas que me habían hecho eso. A los 3 días me dieron el alta, supongo que para que no diera tanto por el culo, ya que no dejaba que se llevaran al niño a ningún sitio y no era demasiado amable. Fuimos a la sala de pediatría y me dijeron que a mí me daban el alta pero que al niño no porque había perdido mucho peso. ¡Uff! Me comprometí a darle formula y que lo volvería a llevar al cabo de 2 días… no volví más. Muy altiva, me puse mi fular elástico y salí con mi bebé puesto, pasito a pasito. Me dirigí a atención al usuario para pedir mi historial clínico, para posteriormente poner una queja.
Nota graciosa: Las 2 veces que la pediatra vino a mirar a Rocco él se le meó en la cara…chupi! Cuando llegué a casa me puse a mirar cesáreas y atonías uterinas… La gente de mi alrededor me decía, “pues menos mal que no lo tuviste en casa”. Fácil que si hubiera parido en casa sin medicación y sin cirugía eso no me hubiera pasado. Y me pregunto: ¿La atonía no pudo deberse a que me arrancaran la placenta con mala baba? ¿A que no me dejaran ver al bebé y ponérmelo al pecho inmediatamente después de sacarlo? ¿Es probable que falsearan el peso para poder justificar la cesárea? ¿Podría ser que yo, dado que me encontraba mejor que nunca y que el bebé estaba maravillosamente no estuviera de 42 semanas reales? ¿Después de la atonía es factible un parto en casa? Rocco no tenía ningún atisbo de niño de 42 semanas, más bien me daba la sensación de un pelo prematuro… quizá por eso a las 33 semanas aún no se había girado, pero a las 36 si. También me enteré de que en Néixer a Casa sí que atienden partos más allá de la semana 42 y me arrepentí de haber contado con Migjorn en lugar de con ellos. En mi historial pone “Cesárea por PRESUNTA desproporción céfalo-pélvica. La palabra “presunta” se me clava en el alma. Me dijeron que me pasara a la semana por mi CAP para que me quitaran las grapas, hasta al cabo del mes cumplido no pudieron quitármelas todas por que la cicatriz se abría, ya que el tajo me va de ingle a ingle y al hacer el juego ha tardado más en cicatrizarse. ¡A lo mejor se pensaron que iban a sacar a un elefante! Lógicamente he tenido problemas con la lactancia materna y estamos con lactancia mixta. En Migjorn intentan ayudarme pero me da la sensación de que lo hacen porque sienten que me deben algo y no me siento a gusto creo que ya no hay nada que me vincule a ellos. Lo que es prácticamente seguro, es que no volveré a pisar un hospital nunca más en toda la vida…PREFIERO MORIRME EN MI CASA. De la misma manera que si tengo que parir un feto muerto, también prefiero que sea en casa y poderle dar un despedida digna. Ya no me gustaban antes mucho los centros médicos y su personal, pero ahora les he cogido animadversión absoluta, no vuelvo a confiar mi vida en un médico jamás. ¿Porque iba a otorgarle toda la responsabilidad sobre mi vida y la de los míos a alguien para el que no soy más que un numero? ¿A alguien al que si dejo de existir no lo sentirá lo más mínimo ni me echará de menos?
Evidentemente prefiero que todo esto me haya pasado a mí que que a mi hijo le hubiera pasado cualquier cosa, pero de ahí a olvidarlo o dar gracias por que los 2 estamos “bien”, va un trecho. Lamento en el alma no haber podido dar a Rocco la bienvenida que se merecía y que nada más nacer se haya tenido que topar con gente tan fea e irrespetuosa. ¡Menudo susto debió llevarse el pobrecito!
Lo siento mucho por las mujeres que han pasado por lo mismo y que encima les han hecho creer que no son capaces de parir, por suerte, yo tengo la seguridad de que podía.
Siempre que explicaba que a Fabio lo parí en casa y que a Rocco también pensaba parirlo igual, la gente lo primero que me decía era: “Uy, que valiente, yo no sé si me atrevería”. Y yo siempre les contestaba: “A lo que yo no me atrevería es a ir a un hospital”. Ahora puedo hablar con conocimiento de causa.
Y no, no estoy de acuerdo con Machiavello:
Para mí, el fin no justifica los medios.Barcelona, Febrero de 2014.
10/12/2017